Nuestro peque, que ahora tiene 10 años, fue diagnosticado de trastorno de ansiedad por separación a los 2 años y medio.
Después de interminables sesiones de terapia, por fin ya podía quedarse sólo en sus clases de preescolar.
Pero a pesar de todo, no se lo veía bien...
No jugaba ni hablaba con nadie. Solo le dirigía algunas palabras a su maestra, en un tono tan bajo que apenas se podían escuchar. No mostraba interés en ninguna actividad y, cada vez que alguien intentaba acercarse, él se alejaba. Prefería quedarse solo en un rincón, esperando a que el tiempo pasara.
Evidentemente, eso nos preocupaba mucho, ya que no era una actitud que viéramos en otros niños de esa edad, que, para ese entonces, ya tenía 4 años.